“LA CRISIS DE LA EDUCACIÓN”, DE HANNAH ARENDT
Nuestra compañera del fórum,Marta Aja, nos hace llegar el siguiente escrito invitándonos a reflexionar con Hannah Arendt. Agradecemos su participación y colaboración con nuestro blog. Os invitamos a seguir leyendo.
ALGUNAS
REFLEXIONES SOBRE
“LA CRISIS
DE LA EDUCACIÓN”, DE HANNAH ARENDT
EN EL 90
CUMPLEAÑOS DE JÜRGEN HABERMAS
Educar es preparar a los
niños para hacerse cargo del mundo que reciben de sus mayores. Les entregamos
un mundo viejo; ellos tienen derecho a crear un mundo nuevo, que solo ellos
pueden diseñar. Nos lo decía Hannah Arendt hace muchos años. Y también ella
misma establecía algunas consecuencias. La sociedad debe ocuparse de la
relación entre adultos y niños. Si queremos, por un lado, responsabilizarnos
del mundo y evitar que vaya a la ruina y, por otro lado, responsabilizarnos de
nuestros niños para que tengan la oportunidad de renovar ese mundo, tendremos
que pensar cómo debe ser la educación. ¿Prepara la escuela a nuestros niños
para hacerse cargo del mundo en el siglo XXI? ¿Quién es responsable si no es
así?
La actualidad de la
propuesta de Arendt es innegable. Y nos lleva la necesidad de una educación en
valores, a una educación para el ejercicio de la ciudadanía plena, que sería
tan incompatible con el dogmatismo como con el relativismo.
Los partidarios del
adoctrinamiento y el dogmatismo pretenderían decir a las nuevas generaciones
cómo debe ser ese mundo nuevo. Las clases magistrales, los libros de texto y
los exámenes serían los medios para esta finalidad, para lo que Freire llamaba
la educación bancaria. Quizá, dentro del currículo escolar, haya que estudiar
de memoria el tema de la acción comunicativa de Habermas y responder
adecuadamente en los exámenes. ¿De verdad podemos considerar que este modelo
está ya superado en el siglo XXI?
Los relativistas dirían
que nos podemos lavar las manos tranquilamente con respecto a lo que hagan las
generaciones venideras; que salgan adelante como puedan. No hace falta ni
encuentro, ni diálogo, ni comunicación; con el móvil tenemos bastante para
conectarnos. ¿Hacerse cargo de un mundo viejo para pensar juntos cómo queremos
cambiarlo para llegar a un mundo nuevo y mejor? Esto no es lo propio de las
sociedades líquidas actuales y los adultos y los profesores solemos culpabilizar
de tal cosa a los millennials, tan hiperconectados como aislados. Los valores
ilustrados ya no tienen sentido; el individualismo y la competitividad son
rasgos de los rendidores de cuentas, consumidores compulsivos y votantes
acríticos. No tiene sentido memorizar lo que está al alcance de un botón,
claro. ¿Para qué vamos a estudiar la teoría comunicativa de Habermas? Y, lo que
es más grave: ¿Para qué vamos a sentarnos a hablar reposadamente y cara a cara
con alguien que podría disentir conmigo, si resulta que tengo un móvil que me
permite contactar con quienes piensan como yo y no me crean problemas? No podemos
conformarnos con esto como algo inevitable, como si la escuela no pudiera hacer
nada. Hasta el pesimismo de Bauman (por desgracia, muy justificado) concede una
esperanza al sistema educativo: Nada,
excepto alguna clase de genuina “revolución cultural” servirá a tal efecto. Y
por muy limitado que parezca el poder del sistema educativo actual (…) tiene
aún suficiente poder de transformación como para que se pueda contar entre los
factores prometedores para esta revolución. Bauman, 2013. Página 39.
Efectivamente, es posible
una educación para que los niños se hagan cargo del mundo viejo y cambien
juntos lo que ellos decidan para crear un mundo nuevo del que solo ellos pueden
ser los autores. Alguna responsabilidad tenemos en ello los adultos; si hemos
tenido hijos, más; y si nos ganamos la vida como educadores, todavía más. Según
Arendt, es en la escuela donde los niños aprenden cómo es el mundo en su
totalidad; y eso hay que hacerlo en la infancia. Que la escuela deba ofrecer al
niño la posibilidad de interpretar la realidad en la que está inmerso, de tomar
conciencia de los problemas del mundo en el que vive en diálogo con sus iguales
y de actuar en consecuencia, es algo que comparto plenamente con ella. Lo que
yo ya no comparto es que eso vaya a venir de una vuelta al currículo
tradicional.
Admite Arendt que el
comienzo de la edad adulta cambia de una civilización a otra; pero en la
nuestra lo sitúa al comenzar las prácticas, tras pasar por la universidad. A
partir de entonces, nos centramos solo en un segmento de ese mundo; y nos
convertimos en adultos. Esta afirmación es insostenible. Y mucho más en la
época de Hannah Arendt. ¿Cuántas personas de su edad, nacidas en Europa, en
nuestra civilización, nunca fueron a la universidad, ni pasaron por la enseñanza
secundaria, ni por la primaria tampoco? El niño yuntero de Miguel Hernández siempre
fue adulto, puesto que su alma nació vieja ya, y encallecida; lo que
nunca tuvo fue infancia. Y como él muchos más, y todavía más niñas a principios
del siglo XX en Europa. Pero ellos no contaban para medir el nivel educativo.
No diré yo que Hannah Arendt tuviera una vida fácil. Las terribles situaciones
que tuvo que afrontar y su fuerza para sobreponerse e incluso para ocuparse del
mundo que recibió de sus mayores, está más allá de toda duda. Sin embargo, hay
que decir que la educación que recibió fue privilegiada en su época. Pocas
mujeres nacidas a principios del siglo XX tuvieron una educación semejante. Su
defensa de una vuelta al currículo (cuyo diseño deja en manos de los
pedagogos), de los saberes frente a las destrezas y su rechazo una educación
secundaria devaluada, a la que tiene acceso toda la población, puede entenderse
desde la perspectiva de alguien que formó parte de las minorías que sí tenían el
privilegio de acceder a la educación, mientras enormes masas de población
quedaban fuera. La admiración a los ideales políticos de América resulta
igualmente insostenible.
Si de verdad queremos que
nuestros alumnos se hagan cargo del mundo viejo que les entregamos, y si
queremos que sean ellos los que construyan el modelo de mundo en el que quieran
vivir, no tenemos que volver al currículo tradicional, como defiende Arendt. Lo
que tenemos que hacer es cultivar una destreza: el diálogo. Y a dialogar se
aprende dialogando, no estudiándose las teorías de Habermas. El principio de learning
by doing y la interacción defendidos por Dewey son mucho más eficaces que
el currículo que defiende Arendt para practicar el diálogo y para llegar al
interés emancipatorio habermasiano. La integración de todos los participantes y
de todos los puntos de vista es una prioridad en la escuela, puesto que nos
permite abordar los grandes problemas a los que la humanidad tiene que hacer
frente en el siglo XXI, puesto que es el único camino posible hacia una nueva
Ilustración cosmopolita, que requiere el diálogo entre las personas y el
diálogo entre las culturas. Sería el modo de aprender a ser ciudadanos de una
democracia cosmopolita, como la que defiende Habermas. Sería el modo de enseñar
a nuestros niños a hacerse cargo del mundo, como defiende Arendt.
ARENDT, H. La crisis de la
Educación https://repositorio.uam.es/bitstream/handle/10486/260/22409_La%20crisis%20de%20la%20educaci%F3n.pdf?sequence=1
BAUMAN, Z (2013). Sobre la
Educación en un mundo líquido. Barcelona: Paidós
DEWEY, J. (2002). Democracia y
Educación. Madrid: Morata.
HABERMAS, J. (1991). Conciencia
moral y acción comunicativa. Barcelona: Península.
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