Educación y pobreza


 “Estar libres de la necesidad ha sido el gran privilegio que ha distinguido a un porcentaje muy pequeño de la humanidad a lo largo de los siglos” ( Hanna Arendt, “La libertad de ser libres”, 2018 )


Hace más de 50 años Hanna Arendt escribía que “la superación de la pobreza es un requisito previo para la fundación de la libertad”.





Este aldabonazo intelectual plantea cuestiones tan básicas, con frecuencia olvidadas, cómo las  condiciones que  han de darse para que los humanos, todos, puedan ejercer las libertades o de qué ha de disponerse para acceder, todos, a espacios públicos como la educación, el ejercicio de la política o la sanidad.

El breve espacio de estas notas sí permite, no obstante, subrayar algunas cuestiones previas que tanto afectan a la tan cacareada una educación igual para todos. 

En primer lugar, la pobreza, condicionante radical, no como fenómeno social sino como un mal irreversible para altos porcentajes de la población, como hecho histórico constante que ha impedido a tantas personas no ya disfrutar de un mínimo de libertades ,sino, lo que es peor, de un mínimo de condiciones para sobrevivir dignamente.
Ciertamente la pobreza debilita las estructuras sociales y, sin embargo, como se constata en el tiempo, no lo bastante como para que las minorías poseedoras de la libertad se hayan visto finalmente amenazadas. Pueden tambalearse las libertades, pero menos las de los grupos poderosos, con lo que ser libres para tantos ciudadanos es solo un paraguas retórico para disimular las exclusiones sociales.

La educación no ha hecho, ni hará, libres a tantos de nuestros alumnos si sus condiciones de vida (alimentación, sanidad, familia) les destinan en la práctica a la supervivencia en países ricos.

De ello se derivan algunas conclusiones claramente impertinentes para el discurso oficial: la educación que disfraza la exclusión no es otra cosa que una acomodación para que las estructuras de poder no se inquieten demasiado.

En definitiva, si se pretende educar a quienes ya nacieron segregados deberá anteponerse la exigencia de equidad al concepto de libertad de los que ya, solamente ellos, son libres.
Y si la tapadera de la escolarización tranquiliza las conciencias, la buena educación, la educación como bien común no puede renunciar a una humanitaria prioridad como es tratar a los desiguales, por sus condiciones vitales, como lo que son: desiguales, necesitados de restitución de aquellos bienes que a lo largo de la historia les han sido usurpados.


Agustín Chozas M., FEAE de CLM, enero de 2019

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