Breves recetas para entrar en el mercado de la educación
Breves recetas para entrar en el mercado de la educación
No hacen faltan grandes
virtudes: mucho desparpajo, algunas lecturas (pocas), algunos plagios
(bastantes) y, sobre todo, no estar a diario en un aula.
Existen también otros datos
más aleatorios: gozar de padrinazgos, arrimarse al denominado “poder político”,
publicar algún artículo que no incurra en demasiadas críticas, invitarse (o que
te inviten) a congresos y demás reuniones de tribu, congraciarse siempre con
quien te lea o te escuche, explotar el territorio de la vaguedad, el “buenismo”
y las ausencias de compromiso.
Dicho ya con un poco más de
rigor, no importa tanto lo apuntado arriba, que no deja de ser otra cosa que
anotaciones sobre la frivolidad reinante, como la escandalosa ausencia del
principio de responsabilidad individual y social a la hora de hablar de
educación.
Que la educación sea ahora, y
lamentablemente, una de las muchas propiedades de los mercaderes no debiera
conducir a la resignación y menos por parte de un grupo social fuerte,
cualitativa y cuantitativamente como el docente, si bien un tanto adormecido
por los efectos del denominado pensamiento débil que invita de manera
compulsiva a estancarse en el aquí y ahora.
Vaciar de sentido ético el
sentido profundo y liberador de la educación, sobre todo la educación de los
desiguales, no sucede por azar y obedece bien a las tesis de un liberalismo
salvaje e insaciable que no contempla que educar es atender una necesidad
básica, que no debiera ser negociable, que no puede situarse en la plaza
pública y ofrecerse al mejor postor, que no es un valor de mercado. Aquí está
la mayor dificultad. Al fin y al cabo, los feriantes, los vendedores de humo a
cuenta de la educación no son más que pregoneros y elementos procesionarios de quienes de verdad
“hacen caja”.
Agustín Chozas Martín, FEAE de
CLM
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