Ética de las profesiones: La maltratada ejemplaridad
Agustín Chozas Martín, Presidente del FEAE de CLM
De
un tiempo a esta parte / el infinito / se
ha encogido / peligrosamente
(Mario Benedetti)
(Mario Benedetti)
Plantear que la educación ha
de situarse por encima de coyunturas y
localismos en una sociedad global forma ya parte de una larga tradición
del pensamiento social español: Francisco Giner de los Ríos y su extraordinaria
capacidad de anticipación a los tiempos educativos que le sucedieron
Pese a los esfuerzos de
tantos recorridos históricos, los espacios de reflexión, tan resecos en la actualidad, obligan otra vez a
demandar que la práctica educativa, que engloba a todos los concernidos en la
misma, sea una referencia de fundamentos en una sociedad de derechos y deberes
No demos por buena ninguna
evidencia. Ha de discutirse si la educación es un bien común por encima de
intereses y doctrinas, si la cuestión interesa o, por el contrario, está secuestrada
por otro “intereses”. Sin dejar de mencionar explícitamente intereses
corporativos tan arraigados en las diversas modalidades de asociación.
Hay que aducir razones que
no sean una simple deriva hacia el pesimismo: no todo está mal, ni cualquier
cosa es imposible. “Vende” mejor una idea destructiva que un riesgo
alternativo.
Existen razones frecuentemente arrinconadas para afirmar que la práctica
educativa de sus distintas corporaciones intervinientes se ha ido difuminando a
favor de un pensamiento tan débil como dominante, por paradójico que resulte .El
tiempo social no favorece el encuentro en valores por encima de intereses de
oligarquías, por encima de ofertas envueltas en piel de cordero o simplemente por encima de mentiras
Estamos en el tiempo de las “sociedades líquidas”, (siguiendo a Zymunt
Bauman), caracterizadas por una escandalosa precariedad de los vínculos de sus
componentes. Por la volatilidad de los acuerdos en un campo sembrado de
individualismos, por una incertidumbre constante acompañada de una desregulación
habitual de las conductas, por una sociedad de “excedentes” y desarraigados que
termina por conformarse con una ética de mínimos para la supervivencia y para
alimentar el egoísmo común.
Si como defiende Christian
Felber, (por aducir razones de otro ámbito distinto al propiamente educativo)
pudiera existir una economía del bien común, debiera haber del mismo modo una
educación como bien común, en un marco de defensa de valores como la confianza,
cooperación, honestidad, responsabilidad y compasión.
Para reforzar la misma
argumentación, no está de más recordar a Aristóteles (Política, libros I y III)
y sus referencias al “bien equitativo” o
su hermosa propuesta de “cuidar la casa y la ciudad”, como muestras visibles de
que la acción humana va más allá de la individualidad y se inserta en la
apertura al otro.
Hasta textos poco
previsibles en este campo educativo proclaman la necesidad de formar el alma y
el carácter y la existencia de fines superiores
(así, en la Constitución de Baviera de 1946)
Son múltiples los inconvenientes
reales de la educación entendida por encima de contingencias, de reinos de
taifas, de alejamientos de los bienes de la comunidad. Sloterdijk ha hablado de
“la “ciudad amurallada” que guarda sus
miedos e incertidumbres y no posibilita
una educación como bien compartido.
En la misma línea Ulrich
Beck al desarrollar el concepto de “la sociedad del riesgo”; igualmente, Gianni
Vattimo se refiere a los sobresaltos del pasado que conducen al pensamiento débil y al reino de la ambigüedad
y al no compromiso.
Victoria Camps ha
desarrollado con profundidad una línea argumental que pone el énfasis en los
valores de la inteligencia y más en el carácter del alma, en línea con
Aristóteles, en la necesidad de compartir fines entre los concernidos. Dice de
una manera muy expresiva que para educar “hay que tenerle fe” a la tarea y no
derivar responsabilidades en el otro, no
dar por sentado el hecho educativo, no olvidarse de la libertad y no fiarlo
todo a la fuerza de las leyes, que ni alcanzan a las virtudes cívicas y
desvirtúan el valor del esfuerzo.
Tras esta breve referencia a
la controversia existente sobre la educación como bien común, enredada en el
territorio de las grandes proclamaciones y perezosa es hora de señalar con
detalles dónde y quiénes son los responsables y el papel determinante en
concreto de corporaciones y profesiones que tienen su espacio propio en la
tarea educativa.
Pese a lo escrito y
enunciado sobre la ética de las profesiones, no parece que pueda afirmarse que
la polémica esté resuelta. Más bien al contrario: no se habla de una ética
fuerte y con responsabilidades precisas y más bien el discurso se pierde en una
suerte de ética “desmayada”, anémica y debilitada como el propio pensamiento.
Veamos algunas de las muchas
debilidades
de una ética profesional para intentar, finalmente, argumentar a
favor del valor olvidado de la
ejemplaridad.
1.-El primero de los “males”
achacables a una moral profesional en declive es haberse dejado tapar por
obviedades que, como tales, no es preciso discutir. De aquí nace la primera
necesidad de los profesionales afectados: ¿Discuten sus reglas del juego?
2.-El fracaso de las
ciencias de la educación y las carencias de la sociología han terminado por
arrojar sobre el hecho educativo una maraña retórica de discursos que han
terminado por valer por sí mismos, sin que se reclame al papel preponderante de
las mismas una verificación de su eficacia.
3.-A las oligarquías les
viene muy bien que el problema educativo se instale en la discusión sobre
medios, instrumentos y recursos. Pareciera que la determinación de los fines
puede esperar.
4.-El papel de los derechos
humanos no es menor en este campo de la discusión, aunque sí frecuentemente
ausente por dar por hecha su presencia: una vez más las obviedades.
5.-Por ampliar esta
referencia puede citarse a Maskin, Nobel de economía de 2007, quien sostiene
que la tecnología y la globalización dejan atrás a los más pobres y, por ello,
generan desigualdad solamente abordable con una educación en edad temprana y
enfocada hacia el bien común
6.-Cuando menos, existe una
aproximación al concepto de bien común como aquello que corresponde al hombre
como humano necesitado. Y entre las primeras necesidades aparece la educación,
la lucha contra la indefensión social, contra la desigualdad, contra la
explotación
7.-Si atendemos las
necesidades humanas básicas atendemos a la educación que se convierte en bien
primero, lejos por tanto de los depredadores de cualquier signo.
El repertorio de debilidades
señaladas que afectan tan negativamente a la moral profesional bien pudiera
ampliarse, aunque se puede considerar suficiente para fundamentar la necesidad de
recuperar valores perdidos en el camino.
Los grupos sociales de
carácter corporativo necesitan de una definición de exigencias que les obliguen
a mantener unos perfiles de nivel notable y eviten a la vez su dispersión e
irrelevancia en el marco institucional en el que están instalados.
Como consecuencia, la
organización educativa encomendada a grupos
sociales de un significado nivel de profesionalización debiera contar de
salida con un repertorio bien definido de autoexigencias encuadrado en un marco
referencial de ética corporativa. En caso contrario, quedaría en entredicho su
solvencia y cualificación y expuesta a todo tipo de vaivenes y coyunturas.
De modo más concreto, ha de
justificarse que el repertorio de exigencias, valores y referencias
imprescindibles para un ejercicio profesional educativo pasa ineludiblemente
por el cultivo verificable e incluso evaluable de categorías tales como la
ejemplaridad o la solidaridad interprofesional.
Merece una reflexión
especial la referencia a la ejemplaridad profesional, siquiera sea por lo
infrecuente de su tratamiento. Para ello, se anotan ahora algunos elementos de
análisis y, posteriormente, algunas conclusiones valorativas.
¿Qué significado cabe
atribuir a la ejemplaridad profesional
en los grupos sociales corporativos?
De la invitación, ya
olvidada y tenida por antigua, a imitar el ejemplo de nuestros mayores o
“seguir el ejemplo” de personalidades relevantes al mapa desértico de la
actualidad teñido de mediocridad o de una falsa igualación media un largo
camino. Parece claro que no es preciso apelar a la ejemplaridad del héroe o a la
imagen salvadora del mito más valiosa para el propio grupo que otras más
coyunturales y perecederas.
La ejemplaridad se refiere
no tanto a lo excepcional como a una condición primera para que los grupos
adquieran la condición de tal y no se queden en una mera denominación
administrativa, jurídica, etc. Si el grupo o corporación carece de referencias en la práctica
profesional queda destinado a convertirse en esqueleto legislativo. No cabe luego
lamentarse de la escasa relevancia social o de la nula presencia a la hora de
la toma de decisiones.
Error muy frecuente en las
corporaciones educativas es creer que el
grupo queda consolidado por tener detrás la correspondiente decisión
administrativa que le dota de atribuciones y le asigna derechos y deberes. El
valor de ley no es valor de conducta, que solamente se adquiere por una
práctica con referencias, por la ejemplaridad precisamente. Las decisiones
legislativas no consolidan figura social
alguna; muchas veces la fosilizan y la reducen a los aspectos más formales y
débiles de su tarea.
Las referencias y los ejemplos actúan de elementos de cohesión,
dan permanencia y estabilidad, fortalecen al grupo y consolidan la cooperación
y colaboración, más allá de leyes y normas reguladoras
Por el contrario, cuando los
grupos se vuelven erráticos, se envuelven en el ruido, sus decisiones son
volátiles y carecen de rumbo alguno, entonces la maltratada ejemplaridad, mal
vista por las corporaciones, probablemente por rencillas de tribu, se convierte
en una necesidad o en un asidero para la supervivencia grupal. Si un grupo tan
visible como cualquier corporación profesional da la espalda al valor de la
ejemplaridad de los otros se está abonando el terreno de la insignificancia.
No se está hablando de un
requisito fácil, porque el ejemplo se sitúa en el terreno del deber ser y
obedece al compromiso que los grupos profesionales han de asumir para
movilizarse, para tener ideales de comportamiento social sin caer, por ello, en
la mitología de los mejores. El ejemplo es valor de todos y obliga a todos.
La ejemplaridad es también
exigencia de participación entre iguales: todos los concernidos pautan unas
líneas de conducta en las que la excelencia, tan de moda, no tiene lugar y sí
el acuerdo comunitario.
Los valores transversales
del grupo constituyen otra buena vía de cohesión y solamente un buen acuerdo
puede convertirlos en referencias a seguir.
De las reflexiones
anteriores, cabe concluir, ante todo, que la ejemplaridad ni es una obviedad no
rechazable ni es un valor indiscutible. Adquiere sentido siempre y cuando las
corporaciones lo asuman como compromiso.
En segundo lugar, el ejemplo
no es un valor profesional añadido, sino un valor sustantivo de una corporación
con compromisos sociales y más si se habla de los educativos.
Proclamar la ejemplaridad
como bien grupal puede quedarse en una mera apelación retórica, salvo que el
deber se consolide en un código de ética profesional que exija y permita una
valoración pública.
Si como la historia
testimonia, educación y ejemplaridad han ido siempre de la mano, y buena prueba
de ello es la figura social del maestro, deberá entenderse que todos los
intervinientes en el proceso educativo, según su orden de responsabilidades,
deberán asumir dicho binomio y, en los casos de mayor entidad, explicitarlo en
compromisos de acción.
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